Por Pedro García Cueto
Hay una luz en el cine que pocos han sabido ver, una mirada que late en los espejos de un hombre que ha dejado en más de cincuenta películas su eco para que la mirada del cineasta atraviese las fronteras de un pensamiento. Cuando vi “La caza” (1965) ya encontré en esos diálogos duros el sabor a la tierra, al odio, al rencor en el ser humano, en los ojos de Alfredo Mayo, de José María Prada cabía el desprecio de un tiempo que encerraba a los seres humanos como si estuvieran en celdas, atormentados por la culpa y el olvido. Con esa ruptura del cine que se hacía entonces, Carlos Saura se adentra en la psicología de los personajes, navega como si se hallase un tesoro en los confines de rostros ensimismados, complejos y culpables, seres ahogados por la voz callada del tiempo. El José Luis López Váquez de Peppermint Frapé (1967) o el de “El jardín de las delicias” (1970) reflejan los mil espejos del ser que no encuentra en sí mismo la luz que le salve del infierno de su anonimato, en los ojos del gran actor español vemos los anhelos de hombres callados y cansados, hartos de lujuria mental que vuelven en el aire cansino de una dictadura que todo lo asola. “La prima Angélica” (1973) y “Cría Cuervos” (1975) son nuevos pasos en la búsqueda de un cine que se adentre en la psicología de los personajes, que los convierta en amanuenses de un extraño tiempo, en la descripción callada de diálogos que esconden otras palabras que nunca se dicen pero que se intuyen en el cineasta que siempre ha sido Saura. Hay, sin duda, un homenaje al cine europeo donde triunfa la incomunicación, en Antonioni, en Bergman, hay latidos de seres acomplejados que no dicen pero que sí dicen al mirarlos con intensidad. En el periplo argumentativo de Saura viven muchas voces y todas ellas van alentando al mundo de los silencios, ese Fernando Rey de Elisa, vida mía, donde siempre resplandece Geraldine Chaplin, mucho más que la hija de un genio, todo un rostro sorprendente que expresa el miedo, la ansiedad, la alegría, etc. Los personajes del cine de Saura son diálogos latentes con el español que quiere decir, que quiere manifestar su luz inaugural, pero que vive en el ocaso del tiempo, esos seres que celebran el cumpleaños de esa gran actriz que fue Rafaela Aparicio en Mamá cumple cien años (1979), con un reparto excelente en el que brilla el gran Fernando Fernán-Gómez. En los años ochenta el mundo de Saura se amplía no solo al de los delincuentes de “Deprisa, deprisa” (1981), una obra maestra indiscutible, sino al de “Bodas de sangre” (1981) donde el espíritu lorquiano está vivo, late en cada escena. El baile como un acto de celebración hermoso acaricia los cuerpos que se tocan, pero también aquellos que en la distancia se piensan como pieles para sentir una al lado de otra. Este afán de Saura de ser un hombre renacentista que abarca todo y todo con igual genialidad llega con el esfuerzo ímprobo de “El Dorado” (1986) peripecia indudable en un mundo de aventuras que nos devuelve a los mitos griegos. Con el genial Omero Antonutti, Saura va descifrando la piel de un territorio que a los españoles les obsesionó, donde la muerte convive con la nostalgia de la grandeza perdida. En los años noventa logra éxitos como “Ay, Carmela” (1990) con los geniales Andrés Pajares y Carmen Maura, en estado de gracia, el director sabe sacar lo mejor de sus actores, les da alas para que expresen su mundo interior y logra así películas memorables. No puedo evitar sentir predilección por “Pajarico” (1997) rodada en Murcia, tierra querida de mi padre, con un excelente e inolvidable Paco Rabal, que también será el Goya onírico de la fantasmagórica “Goya en Burdeos” (1999), donde escuchamos lo que Goya siente en su interior, el horror de la muerte que pasea por la España cainita de siempre. Saura sigue, venciendo al tiempo y busca la luz de los seres salvajes de Puerto Urraco en “El séptimo día” (2004) con esos actores que imprimen en cada secuencia lo mejor del cine español. Ahora con “El rey de todo el mundo” que espera su estreno nos va dejando su aura en cada proyecto, en ese mundo cultural que nos deslumbra, porque como Julio II ante Miguel Ángel nos preguntamos qué tiene este hombre renacentista que sigue proyectando un universo en cada película. En este annus horribilis, escucho a los personajes de Saura, como si me hablasen al oído, son la piel del cine español presente siempre en cada latido del maestro.
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La prima Angélica

Cría Cuervos

Goya en Burdeos
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